CHILOE, CHILENIDAD y CELTISMO (II parte)

16.06.2008 17:58

 

CHILOE, CHILENIDAD y CELTISMO

II Parte

Por Hugo Hernandez Burgos                                                                                                                                                         

                                                                                                            

LA CULTURA DE BEIRAMAR Y LA CULTURA DE BORDEMAR

Por sobre todo, el celtismo del pueblo gallego se comprueba en el mito y su mitología. Aunque sincretizados en el catolicismo, los viejos cultos paganos forman parte del acervo cultural y la mitología del pueblo gallego y su llamada cultura de beiramar. A muchos miles de kilómetros existe otra cultura llamada de bordemar. En el sur de Chile, en la isla grande de Chiloé, sobreviven a la modernidad y a la globalización unas formas culturales de extraña similitud con las célticas gallegas.
En “De Corretione Rusticorum”, del siglo VI, el predicador San Martiño de Dumio amonesta a los todavía muy paganos gallegos, y les dice que no es cierto que hablen los pájaros, ni las fuentes, ni los árboles. En el otro lado del mundo, en las cercanías del Finis Terrae del sur: (3) “el chilote vive en dos mundos diferentes uno del otro: el mundo de la relación y la convivencia diaria, el de realidades comunes a todos y en el cual se desenvuelve como cualquier ciudadano; y otro, que solo a él le pertenece y en el que no tienen cabida los extraños... No se trata, como pudiera creerse, de un mundo meramente anímico; lo integran también lo geográfico, lo oceánico, la flora y la fauna del archipiélago. Las rocas, los árboles, los ríos, los mares, los lagos, las aves, los animales, las flores, las nubes, las estrellas, el cielo, la luna y el sol son para el chilote entes... Una roca puede quejarse, una lechuza puede ser la encarnación de un brujo...” (Nicasio Tangol).

El espíritu religioso del chilote es un ansia de vivir, exaltación esencialmente pagana, aún cuando se exprese por medio de la imaginería católica. Ese espíritu es el pulso vernáculo de su tierra.
En Chiloé la muerte no tiene esa carga de antinaturalidad que tiene para el chileno de la urbe y que lo obliga a vivir ignorándola, apartándola, cambiando la apariencia de los cementerios por la de parques y, huyendo con pánico de la vejez y de los viejos ya que estos nos recuerdan el momento del ocaso. El chilote vive con los muertos; éstos nunca se van del todo, sólo pasan a otra dimensión de la existencia. En Chiloé se dice que: “los sonidos atraviesan intactos la distancia, gracias a los brujos que graban en el aire las conversaciones de los vivos y, a veces, traen el mensaje de los muertos”.

Los tripulantes del Caleuche ya traspasaron el umbral de la muerte. Como todo chileno sabe, éste es un buque blanco que navega luminoso por los mares del sur con sus ánimas en continua fiesta, a veces también viaja bajo las aguas, en busca de otros espíritus humanos que le sirvan de compañía y en ocasiones de relevo. 
Lo que muchos chilenos ignoran es que en Galicia:(4) “... por las noches los difuntos se levantan de las tumbas y , reunidos dentro de la iglesia, salen juntos por la puerta principal, tan pronto suenan las doce. Un vivo, hombre precisamente, si el patrono de la parroquia es santo, o mujer si es santa, les precede en su nocturna correría. El vivo lleva la cruz y el caldero del agua bendita con su hisopo; no puede volver la vista atrás ni enterarse de lo que pasa a sus espaldas; las órdenes que recibe se le comunican sin que sepa cómo. Cada fantasma lleva en sus manos una luz, pero no es por eso visible; sólo son señales de quien pasa, un ligero vientecillo y el olor a cera que despide. El que va adelante no puede abandonar de ninguna manera su cometido... le está vedado revelar nada de lo que ve, ni menos decir que anda con la Compaña. No puede rehuir su cargo, y sólo le es permitido hacerlo cuando en una de sus incursiones encuentra a otra persona y le entrega cruz y caldero, pues aquél en que sus manos los deposita queda obligado a desempeñar sus funciones...” (Manuel Murguía)
La Santa Compaña y el Caleuche son el mismo mito que en Asturias se llama la Güestia. El enigma del más allá no se satisface con la visión cristiana demasiado individualista y solitaria y requiere desentrañar del inconsciente colectivo formas más gregarias de enfrentar la muerte; el peregrinaje en busca de otros que sirvan de compañía o de relevo, la luminosidad del cortejo y la endeble separación del mundo de los vivos y los muertos forman parte de esta extraña coincidencia.

El Caleuche es, sin embargo, una romería marina, propia de un pueblo que tiene en el mar su medio de comunicación y por el cual en vida, muchas veces han ido los chilotes de romería con sus santos patronos hacia la isla de Caguach a las fiestas del Nazareno. (*)
(*) En todo caso Galicia también tiene su barco fantasma. Por el siglo XVI un barco pirata naufragó en la Punta do Cabalo das Illas Cies, cargado de oro y plata de América. En las noches de treboada emerge el barco del fondo del abismo marino, desplegando velas y repitiendo las escenas de la tragedia. Este barco también se ve en Bretaña.

El Nazareno de Caguach es la más importante de las muchas imágenes sacras de la isla, las que están presentes en cada localidad junto al patrono quien es el encargado de la custodia de ellas. Las fiestas patronales tienen una estructura similar a las gallegas y asturianas: la imagen es sacada en procesión acompañada de juegos de banderas y una banda de músicos donde predomina la percusión y los vientos (aún no he encontrado evidencia de gaitas en la isla), llamados pasacalles y en Asturias, pasucais . La presencia de una deidad de cada lugar puede ser la evocación sincretizada de los dioses lares, esas divinidades menores del panteón celta, custodios del clan o familia que en Asturias se llaman Pautos; también pueden ser reminiscencias de deidades locales de tipo indígena o, tal vez, incluso ambas cosas.

Pero la iglesia católica no sólo ha hermanado el finis terra del norte y del sur a través de sus fiestas y su acción evangelizadora, también lo ha hecho a través de sus persecuciones. Brujos y brujas se ha denominado por parejo a todo quién haya develado los arcanos de una ciencia y un arte que la razón no logra comprender, aquellos que han sido transportados a otro mundo, el cual es origen de toda vida, de toda muerte y de todo poder. Hoy más que en el siglo XVI: (5) “El hombre está ciego al hecho de que a pesar de su racionalidad y eficiencia, él está poseído por poderes que están normalmente más allá de su control. Sus fantasmas y dioses no han desaparecido totalmente; ellos sólo tienen nuevos nombres” (C. G. Jung, Collected Works Vol XII).

La Iglesia condenó las actividades de la gran cantidad de brujos y brujas, de meigas gallegas y meicas chilotas, de menciñeiros gallegos y de machis chilotes. En Chiloé se le llama a la cofradía de brujos la Recta Provincia y, supuestamente, está dirigida por dos consejos supremos llamados el uno “Santiago de Chile” y “Buenos Aires” el otro. En pocas partes de Chile la brujería ha alcanzado tal grado de institucionalización; así también España, tiene en Galicia el lugar donde la brujería ha sido y es un fenómeno tan recurrente y arraigado en la cultura popular.
Las prácticas sobrenaturales, en todo caso, no han sido exclusividad de meicas y meigas. En el sur de Chile tiene un sentido picaresco, el llamado ”secretito”, que es una magia por lo general venial de conocimiento más o menos difundido. Puede servir para el amor, para la protección de la brujería o para la buena suerte en general.
En Chiloé se dice que “para conseguir el amor de otra persona, sea hombre o mujer, hay que enyerbarla”; por su parte, en Galicia existe la herba de namorar, la que al ser introducida entre las costuras de las ropas de la persona deseada, asegura la conquista.

En el sur de Chile a una curandera, también se le conoce como “señora curiosa”, cuando no es una machi que está asociada más bien al mundo mapuche. Una señora curiosa sería una especie de brujilla buena, dedicada a las artes medicinales; en Asturias también se les llama curiosas o parteras ya que atendían el parto entre otras medicinas. En el siglo VI, San Martín de Dumío señalaba que entre los paganos de las montañas del norte de España pervivía la creencia en un dios del mar, en las lamías de los ríos, en las ninfas de las fuentes y en las dianas de los bosques. Sólo una estatuilla de bronce hallada en El Cueto, Castro de Urdiales, Cantabria, queda como recuerdo de ese dios marino. Las Lumías serían las Miñak de la mitología vasca, Las Lumías o Guajona ,de los cántabros; la Xuarxa, asturiana; Lumia o Xacias, gallegas. Estas serían figuras femeninas, a veces atractivas, que gustarían de entrar en contacto con los hombres para provocarles daño, asociadas también al vampirismo. En Chiloé su equivalente sería la Fiura, a quien la mitología popular ha hecho esposa del Trauco.

Las dianas, por su parte, son seres benéficos, bellas y protectoras; en Cantabria son las Anjanas; en Asturias son las Xanas; en Galicia, las Donas o Fadas. Viven a veces en cuevas, tal es el caso de la Cueva de las Anjanas de Carmona; están asociadas a los bosques, pero también a los ríos y a las fuentes de agua; llevan los cabellos rubios y largos y dan fortuna. En Chiloé la Pincoya es también curiosamente rubia, es la hija del dios del mar Millalobo. Milla es en mapudungún oro, o dorado o rubio. La Pincoya trae la fortuna o la carencia, dependiendo de donde dirija su mirada, si a mar o tierra. Por las noches se le ve abandonarse a una frenética danza en completa y hermosa desnudez. Los pueblos o etnias asumen sus dioses a semejanza de los mortales; más bien los mortales, son a semejanza de sus dioses. La Pincoya, extrañamente es rubia, lo que hace cuestionar el mito como originalmente indígena, o por lo menos, exclusivamente indígena.

Otras que también son rubias son las sirenas, no sólo comunes a Chiloé y el norte de España sino que a todo el mundo. En todas partes se trata de seres mitad mujer y mitad pez, antaño asociadas a “gentes del pueblo del mar”, actualmente más emparentadas con la Xana de las aguas continentales. En Chiloé, lógicamente, siguen asociadas al mar interior.
El entierro, mito común a todo el sur chileno, tiene su símil en las Liendas o Chalgas de Asturias, que son grandes tesoros ocultos por los moros. Estos moros en Galicia no están asociados a la ocupación árabe, sino a los mouros, personajes que habitan los “Castros” o viejas ciudadelas celtas amuralladas. Siendo antiguos habitantes de la Gallaecia, pasaron a una estancia subterránea, de forma similar a los Tuatha de Danan en Irlanda.

El trabajo comunitario, que en Chiloé se denomina Minga, mientras en otras zonas del sur chileno se le llama Mingaco y en la zona de Osorno se le llama ”la Junta”, es un trabajo solicitado por un vecino que, por su condición de pequeño propietario agrícola, no puede disponer de trabajadores asalariados y, por lo tanto, recibe ayuda comunitaria a cambio de la cual se compromete a servir a su vez de ayuda en un Mingaco ajeno posterior y al mismo tiempo a agasajar a los vecinos con comida y bebida en el propio.
La Minga o Mingaco se realiza para recolección de manzana utiliza fabricar chicha (sidra), cosecha de trigo, cava de papas, destronques, roce de malezas y muchas otras labores. En Chiloé, la Minga más atractiva es la de “tiradura de casa” , que consiste en trasladar una casa de un punto a otro de la isla, surcando los canales, remolcada por una lancha chilota.

El Mingaco o Minga puede tener raíces en el pueblo mapuche y su variante chilota “Veliche”, toda vez que esta cultura se basa en la propiedad comunitaria. El Mapuche vive en comunidad, pero no forma aldeas, sino prefiere vivir en el campo, moderadamente alejado de los vecinos: “menos males” es su justificación ancestral. Por lo tanto, teniendo sus faenas agrícolas propias, requiere de la comunidad para realizarlas.

No obstante lo anterior, la palabra Minga no tiene raíz etimológica en el mapudungún (lengua mapuche), tampoco Mingaco. La palabra mapuche para denominar la ayuda comunitaria sería “kellun”. El Mapuche nombra estas faenas comunitarias diferenciadamente, según el tipo de actividad, por ejemplo, la construcción de una casa se denomina rukan, el corte de trigo es katrün.

La palabra Minga, con el significado de trabajar juntos, existe en el mundo indígena en la cultura Vicus, en la zona de Chulacanas, al norte del Perú, en la actual provincia de Piura. La cultura Vicus no estuvo relacionada de forma directa con el imperio Inca ya que éstos los vencieron militarmente, pero no los conquistaron. En el Quichua (lengua del imperio Inca), existe la voz Minccani que significa reunión de personas para el convite o agasajo que les da el dueño de una finca o explotación agrícola antes de empezar la faena.

El mapuche no fue nunca conquistado por el imperio Inca. Sus relaciones estuvieron centradas en la guerra y no en el trabajo, de tal manera que resulta complejo explicar la llegada del vocablo por vía indígena desde el norte del Perú al sur del territorio mapuche. 

Por su parte, el mundo hispánico ha dado otro significado a la voz Minga confiriéndole una acepción sexual, en referencia al pene y vendría del latín mingere que se traduce como orinar, más bien mear.
Una explicación posible de la existencia y uso de la palabra minga, con el significado que en Chiloé tiene, sería que el conquistador español la hubiese traído desde el norte peruano. Si bien la Minga no es vocablo hispánico el concepto si lo es, en Galicia “la malla (trilla aérea), la siega de hierba seca, el deshoje del maíz, la colleita (coseha), la debula (descascarar granos), y las espadelas do liño (limpieza del lino) y el carreto (acarreo de materiales para construir una casa) constituyen las labores comunitarias más frecuentes en el mundo agrario” (*) Edmundo Moure, “Galicia y Chiloé Confines Míticos”.

Esta práctica social solidaria es costumbre muy arraigada en comunidades de escasos recursos donde no existen medios para pagar jornaleros; pero es también una especie de institución que busca, prácticamente de modo ritual, la reunión como expresión de un atávico gregarismo donde sentirse parte de un grupo social y reforzar el sentido de comunidad. Por ejemplo: en la fiada o fiesta de hilada de lino, los vecinos se juntan, pero para su propio beneficio y, por lo tanto, no para facilitar la labor de los dueños de casa, exclusivamente. En lo relativo a la gastronomía, la comida festiva típica de Chiloé, “el curanto” chilote sí tendría raíz etimológica en el mapudungún; se trataría de la combinación de las palabras kura (piedra), tun (coger) y la letra “n” que haría verbo la combinación completa, o sea “kurantun”, algo así como coger piedras para hacer algo.

Sin embargo, la cultura mapuche no registra ningún antecedente de este tipo de preparación de alimentos fuera de la isla, con lo que la explicación de la costumbre culinaria proveniente de indígenas obligaría a enfocar la atención en los Chonos, etnia que pobló la isla de Chiloé antes de la llegada del Huilliche o Veliche, (*) (el Huilliche es el Mapuche del sur. Etnicamente presenta diferencias con el Mapuche, pero se trata de la misma cultura; su emplazamiento geográfico va desde la zona de Valdivia hasta la isla de Chiloé). 

En la Patagonia Argentina, en la localidad de la Colonia Suiza, cercana a la ciudad de Bariloche, los Goye, colonos provenientes de la Suiza francesa, preparan el curanto con gran éxito entre los turistas. Se dice en esta zona Argentina que el curanto es una comida que los colonos habrían aprendido de los mapuches originarios de Chile y llegados a ese lado de los Andes. Se dice también que el curanto tendría, por vertiente mapuche, un origen polinésico.

Esta argumentación me parece errónea. Resulta curioso que siendo una receta mapuche sólo se prepare en Chiloé y la patagonia argentina, sin que en ningún otro lugar, de importante presencia mapuche se practique. El origen polinésico asociado a esta practica culinaria y la misma, atribuida a los mapuches, significaría que el origen de esta etnia sería polinésico y no mongol. Por último, olvida que los colonos de la zona de Bariloche llegaron allí procedentes del sur de Chile a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Obviamente, el curanto chilote data de épocas más antiguas y los colonos pudieron aprenderlo de chilotes de origen español, mestizos e incluso mapuches, ya sea dentro como fuera de Chiloé; eso sí, siempre en la zona sur de Chile. 
No estaría demás intentar otras explicaciones ya que a esta costumbre chilota se le ha atribuido hasta un posible origen polinésico.

Los manuscritos bretones de los siglos XI al XV relatan el mito celta del surgimiento del país llamado Albión, que es uno de los nombres antiguos de Gran Bretaña y que se llamó así por Albina; la mayor de treinta hijas del rey de Grecia desterrada junto a veintiocho de sus hermanas.
A la llegada de las mujeres a la isla de Inglaterra, ésta se encontraba deshabitada, por lo que las princesas se vieron desprovistas de todo confort. De esta manera relatan los escritos la forma en que cocinaban la carne que lograban cazar: (*) “Por lo que se refiere a la caza mayor, recurrieron a un procedimiento muy ingenioso, cavaban un hoyo en la tierra. Una vez vaciado en su totalidad lo llenaban de agua e introducían en él a la bestia. Luego hacían fuego y calentaban piedras que sumergían en el hoyo por medio de grandes ramas con el fin de calentar el agua y mantenerla a buena temperatura de cocción para, finalmente, taparlo con grandes hierbas. Así tenían carne hervida en las mejores condiciones del mundo”. .... citar

De tratarse de un relato fantástico sería suficiente para asombrarse de la similitud con el curanto chilote, pero aún hay más, el procedimiento es absolutamente auténtico. Según diferentes estudios arqueológicos, habría sido utilizado desde finales del neolítico y se mantuvo vigente durante toda la edad de hierro, es decir, durante la época celta.

(*) En el libro “El Ciclo de Grial” de Jean Markale
Cornualles y Gales se ubican en el arco atlántico europeo junto con la Bretaña francesa, Irlanda, el País Vasco, Cantabria, Asturias, Galicia y Escocia. Esta área conocida como el Arco atlántico es una zona de estrechas relaciones étnicas, culturales, comerciales, religiosas y bélicas. Las naciones allí ubicadas, a excepción de los vascos, se consideran como naciones célticas. Es posible pensar que esta forma de cocinar los alimentos fuera introducida en la isla de Chiloé por algún conquistador español, gallego o asturiano, que desprovisto de todo confort, recurrió alguna vez a una ancestral costumbre ya en desuso en la Europa de sus orígenes. También es posible pensar que la costumbre sea estrictamente chilota aborigen y no tenga relación con prestaciones culturales; no obstante, las similitudes que presenta esta práctica culinaria con algunas desarrolladas en otras latitudes.

TRAS LA HUELLA DE LA ESPAÑA CELTICA

Las características de una España céltica son observables en diversas costumbres y creencias del sur de Chile, pero es en Chiloé donde esta similitud se hace más evidente. El aislamiento geográfico de la isla ha contribuido a la mantención de una cultura tradicional, generada desde la conquista y la colonia, centrada en la relación hispano indígena sin mayores intervenciones de otras etnias y culturas, a diferencia del resto del sur chileno y, además, esas relaciones hispano aborigen se dieron en un contexto de docilidad y adaptación del indígena, situación también diferente a otras zonas del sur, como es el caso de la llamada “Frontera”.
En 1567, Martín Ruiz de Gamboa conquista Chiloé y la bautiza como Nueva Galicia en homenaje a su suegro, Rodrigo de Quiroga, gobernador de Chile, que era gallego.

La provincia de Nueva Galicia tuvo como capital a Santiago de Castro. Santiago, en honor al apóstol de los gallegos y santo de las españas, como la capital gallega Santiago de Compostela, esa que floreció sobre una tumba y Castro, en homenaje a Lope García de Castro, presidente de la Real Audiencia de Lima, caballero de la orden de Santiago, a la fecha gobernador interino del virreinato del Perú y oriundo de Astorga (Astúrica Augusta), en el reino de León. Estos hechos fueron registrados por otro gallego, Don Pedro Mariño de Lobeira en su “Crónica del Reino de Chile”.

Muchas similitudes entre la Galicia finisterrana del norte y la Nueva Galicia del finisterra del sur obedecen a que los españoles de Chiloé eran en su mayoría gallegos, como los Bahamonde, Alvarez, Varela, Andrade, Soto, etc., apellidos que por su proliferación, están indisolublemente ligados a la identidad del sur chileno.Se conoce el nombre de 37 fundadores de Castro y a la vez únicos conquistadores de Chiloé identificados, de los 120 que acudieron a la conquista del archipiélago por la vía terrestre. Asimismo, la documentación histórica aún no ha podido dilucidar y, por lo tanto, se ignora quiénes fueron los tripulantes de un navío que reforzó la expedición, llevando herramientas; semillas; animales, seguramente vacunos; ovinos; porcinos; caprinos y aves, también otros equipos y bastimentos propios del comienzo de un proceso colonizador.
Los conquistadores conocidos, fundadores y primeros pobladores-vecinos de Castro fueron los siguientes, iniciados por las primeras autoridades: Martín Ruiz de Gamboa Avendaño (el apellido Avendaño es claramente gallego), Teniente General del Reino; Alonso Benítez, hidalgo, Maestre de Campo, primer corregidor de Castro y una vez vuelto Ruíz de Gamboa al norte quedó a cargo del gobierno de Chiloé; Juan Fernández de Almendros, Alcalde Ordinario; Domingo de Hermúa y Zárate, Capitán y Regidor de Castro, secretario del Teniente General Gamboa; Joaquín de Rueda, escribano real, público y del Cabildo; Diego de Bustamante, procurador del Teniente General; Cristóbal de Arévalo, alguacil mayor y promotor fiscal; Antonio de Lastur, Capitán; Juan de Montenegro, Capitán, hidalgo; Antonio Freire de Ibacozábal, Capitán; Antonio de Montiel, Capitán progenitor de los Montiel Cabezas, entroncados con toda la sociedad austral; Don Diego de Alvarado y Collados, Capitán, vecino feudatario en 1572, progenitor de la familia de su nombre en Chiloé; Guillermo Ponce, maestre de un navío, obtuvo una encomienda en 1569; Andrés Aguado; Hernando de Ampuero; Juan de Ayala; Diego Cabral de Melo, marinero presuntamente portugués; Sebastián Carrera; Alonso de Gongora Marmolejo, Capitán, ilustre cronista, autor de una Historia de Chile, nombrado por el gobernador Quiroga "pesquisador de hechiceros indígenas", corregidor y justicia mayor de Castro en 1569; Luis González Gómez; Alonso de Herrera; Martín de Irízar; Gómez de Lagos; Pedro de Lara; Andrés López de Gamboa, Capitán en Comisión; Francisco de Luján; Bartolomé Maldonado, Alcalde Ordinario; Salvador Martín; Juan de Moliner, mercader y veedor real; Diego Muñoz; Tomás Obres, quien obtuvo encomienda en Chiloé; Juanes de Oyarzún Lartaun, hijodalgo, fundador de esta amplia familia en Chile, Capitán, pereció asesinado por los indígenas en las islas Chauques antes de 1590 y, se había casado con doña Inés Bazán de Arostegui, heroína castreña; Hernán Pérez de Quezada, Capitán, vecino encomendero y Alcalde Ordinario de Castro; Rodrigo de Los Ríos; Cristóbal Rodríguez; Jusepe Rodríguez, escribano público y del cabildo; Luis Vázquez; Rodrigo de Frías; Domingo Hernández; Pedro Leonardo; Juan Martínez de Baeza; Diego Mazo de Alderete, Corregidor; Pedro Sancho de Alderete; Pedro Ramírez; Juan Carlo; Jerónimo Maldonado; Juan Fernández Viejo; Martín Salvador; Pedro Peñafiel; Diego Quiñones; Hernando Rodríguez de Gallegos, escribano público; Hernando de Baracaldo; Manuel Álvarez, piloto de una de las embarcaciones. Estos primeros conquistadores fueron enrolados para la aventura en las ciudades de Valdivia, Osorno y Villarica; algunos de ellos provenían del Perú. La vertiente gallega se deja ver en los apellidos de muchos de ellos; también la asturiana y vasca, de lo que se puede deducir que la presencia gallega y asturiana en la conquista del sur era numerosa y se vio incrementada en los años posteriores por la corriente inmigratoria, tal como lo demuestran los actuales apellidos gallegos típicos de la isla que figuran registrados en los primeros años de la fundación.

La presencia relativamente escasa de conquistadores castellanos en la isla, a diferencia de lo ocurrido en la zona central del país, podría explicar el fuerte bilingüismo practicado en Chiloé desde la conquista y la colonia. La lengua castellana llega a la isla principalmente en boca de gallegos, vascos y asturianos. Los observadores afirmaban que los chilotes hablaban con mayor propiedad la lengua veliche que la castellana; el inglés John Byron, en el siglo XVII señalaba que los españoles de Chiloé encontraban más atractiva la lengua indígena que la castellana. El español José de Moraleda se quejaba que sus compatriotas hablaban la lengua materna “con incultura y grosera impersonalidad”, a diferencia de la nativa, que era usada “con bastante elocuencia”. Olvidaba Moraleda que la lengua materna de los españoles de Chiloé, mayoritariamente, no era la Castellana.
Recién a fines del S. XVIII las ordenanzas reales comienzan a aplicarse y a exigir con mayor rigurosidad el uso de la lengua castellana, especialmente en las Escuelas del Rey. Así también, la administración franciscana, que misiona a partir de 1771, reforzó la idea de la Corona, llegando a fines de ese siglo a aceptar el veliche sólo en las confesiones.
Las similitudes más importantes entre estas dos culturas se encuentran en el imaginario colectivo, en los ritos y los mitos que conforman la visión de mundo del gallego y el chilote; por ejemplo, las fiestas patronales expresan el sincretismo de rituales gallegos seculares y la religión católica que pasaron de esta forma a Chiloé, donde el nativo que tenía sus propios dioses debió a su vez ocultar su religiosidad en la religión impuesta por los gallegos, dando lugar a un resincretismo. La expresión más notoria es el Nazareno de Caguach, que fue traído desde España por el sacerdote gallego Hilario Martínez a fines del siglo XVIII.

Galicia y Chiloé son comunidades esencialmente católicas, pero el catolicismo de chilotes y gallegos conserva nítidos rasgos de paganismo aborigen; celta en Galicia y, celta - indígena en Chiloé. La nueva Galicia es un libro pagano y sagrado donde los mitos son la primera y última letra del alfabeto secreto del alma

NO TODO VIENE DEL NORTE

Si bien es cierto, Chiloé es como es, por la presencia mayoritariamente gallega de sus fundadores y por el aislamiento en que desarrolló su cultura, no todo es adjudicable a esta causa. Muchas similitudes ya existían desde antes, al punto de lograr impresionar a los gallegos recién llegados.

Abundantes y extrañas coincidencias fueron y son observables, partiendo por el paisaje; pasando por la costumbres cotidianas y, llegando incluso al mito en el que se plasma esa particular predilección por la noche, lo oculto, los espíritus, fuente de una religiosidad en que no ha lugar la separación entre lo natural y lo sobrenatural y en que puede ser cierto que hablen los pájaros, las fuentes y los árboles.El hombre moderno no cree en coincidencias. La racionalidad ha acuñado el concepto de bioclimatología para explicar tanta semejanza cultural entre pueblos étnica y geográficamente distintos. Esta suerte de determinismo medioambiental, nos refiere a que similares características geográficas van a generar formas de supervivencia también similares y decisivas en la construcción de culturas.

El hombre antiguo, el de los orígenes, tampoco creía en coincidencias y explicaba su mundo desde otras ciencias dominadas por una razón que la razón no conoce. La ley hermética señala que como es adentro es afuera y como es arriba es abajo. Es decir, que como es en el norte también debe ser en el sur.

Santiago de Compostela se ubica a 42 52´ de latitud norte, mientras Santiago de Castro se ubica a 42 27´ de latitud sur y Queilen a 42 50´; Orense está a 42 21´ mientras Achao está a 42 22´. El clima y el paisaje ofrecen el mismo espectáculo de verdes, grises e influjos marinos. La nueva y la vieja Galicia comparten similar ubicación en relación a su respectivo polo, de la misma forma que la austral Punta Arenas lo hace con el norte de las Islas Británicas y Santiago de Chile con Andalucía.

El oeste, es el sitio donde muere el sol. La gente de Cucao, un poblado en la costa del Pacífico, a 42 40´de latitud sur (Taboada está a 42 40´ de latitud norte), tiene enfrente un horizonte donde el mar y el cielo se confunden y donde el sol es tragado por las aguas todos los atardeceres. Ocurre lo mismo en el la Costa da Morte Galicia, en la parroquia de San Martiño, donde similar espectáculo llevó a los galaicos a levantar el Ara Solis (altar al sol).
Entre los habitantes de Cucao se cree que cuando muere un vecino su alma se traslada hasta la Punta Pirulil (al sur de Cucao), y desde el roquerío llama pidiendo balseo. Pasado un tiempo llega un bote blanco, impulsado por un anciano llamado Tempilcahue, que lo transporta a su residencia definitiva.


En el libro de las invasiones o Leabhar Gabhala, saga irlandesa que se comenzó a escribir en el siglo VI, a partir de tradiciones orales, y que relata la historia del poblamiento de la isla y del asentamiento de los escotos o celtas de Irlanda, se puede encontrar el mismo mito: un barco llevaba al difunto a la isla de los muertos donde viviría por siempre joven y en donde existiría una torre de cristal. En el Ciclo Artúrico también se refleja el mismo mito; al morir Arturo, tres doncellas lo trasladan en un barco a Avalon, donde yacerá eternamente.
Tempilcahue ciertamente no se explica desde el celtismo como tampoco, seguramente, los mitos de los indios Selkman de la austral Tierra del fuego pueden explicarse a través de la mitología nórdica, no obstante, sus extrañas similitudes. En Chiloé el conquistador gallego cruzó sus maneras, hábitos y creencias con las del pueblo colonizado, marcado por denominadores comunes. La existencia de esos denominadores comunes permitió tal nivel de desarrollo de la cultura de bordemar, a imagen de la de beiramar, de unas formas que no se pudieron concretar en ningún otro sitio, ni siquiera en la quinta provincia gallega, Buenos Aires, en donde la fuerte presencia del gallego es sólo una vertiente más en el crisol cosmopolita de una nación de inmigrantes y, por lo tanto, no logra superar el demarcado espacio de colonia residente.

Cuando el gallego llegó a Nueva Galicia, efectivamente había llegado a esa otra Galicia de los mares del sur, desde donde salió y sigue saliendo como marinero o como peregrino hacia Cohyaique, Aisén, Río Gallegos, Puerto Natales, Comodoro Rivadavia y otros sitios de las extensas patagonias y del sur de Chile, para llevar su influjo y su nostalgia cual poema de Rosalía de Castro o como alalá a los sones de una gaita.

En Santiago de Castro, otro peregrino ataviado a la usanza compostelana, lleva la pata de oca: esas tres barras druídicas símbolo del Pedauco, hereje constructor de catedrales, apuntando misteriosamente al sur polar lejano e insondable. Tal vez quiere decir al viajero del ansia, que no es allí en Chiloé donde termina el camino que alguna vez iniciaron esos remotos antepasados.

 

fuentes consultadas
www.osderradeiros.tk   

Agradecemos a 
Hugo Hernández, Christian Corvalan y Os Derradeiros